A la mañana siguiente, una tenue luz entraba por la gran ventana de la suite del hotel de Londres, cuando Jacqueline se despertó. Antes de abrir los ojos, disfrutó de la calidez de las sábanas, tan suaves que parecían flotar. Deslizó suavemente los pies por ellas y notó el aroma a rosas que desprendían, que la hacía sentirse delicada y fresca.
Unas manos se deslizaron por su cara bajando hasta terminar en su mandíbula.
-Buenos días cariño- Dijo Robbert alegremente- ¿Qué tal has pasado la noche?
Ella sonrió al oír su voz y abrió los ojos al fin, descubriendo a su compañero sentado al borde de la cama, vestido con un impecable traje azul marino y con su pelo oscuro bien peinado, oliendo a menta, como siempre.
-Pues genial, por supuesto- Ella lo observó con detenimiento y, sin duda, le gustó lo que veían sus ojos, -¿A quién no?- se dijo internamente. Su cara perfectamente estructurada denotaba felicidad, quizás por la bonita noche que habían pasado, quizás por el reencuentro… No lo sabia, pero aquel hombre tenía todo lo que una chica podía desear. Era amable, cariñoso y tierno. Su aspecto físico era tan extremadamente perfecto que no era sano mirarlo mucho tiempo por riesgo a sufrir innegables celos. Su trabajo, como gran empresario, había sido toda una revolución, pues, con 26 años, había conseguido ser el subdirector de la productora de cine más famosa de toda Inglaterra, por lo que su cuenta bancaria superaba con creces el sueldo mínimo. Era él, el príncipe azul que personas de todo el mundo buscaban sin cesar y ela lo tenía ahí, sentado al filo de su cama, después de una noche que se había repetido bastantes veces en los últimos meses, ¿Qué más podría pedir?
En ese mismo instante, entre cavilaciones, el móvil de su chico comenzó a sonar, rompiendo el sonido de su voz, tan masculina y bien definida. El joven contestó al instante, levantándose de la cama. Dio una vuelta completa a la suite asintiendo pensativo y, tras unos cortísimos segundos, se despidió.
-Jacqueline, querida debo irme – contestó con su voz de ejecutivo implacable- no me esperes para marcharte, he dejado la llave de la suite a la entrada y un coche pasará a buscarte a las diez y doce, tu ropa está en el vestidor, la segunda puerta de la derecha, alguien vendrá a ayudar a vestirte y la peluquera y la maquilladora llegarán en nada- dijo extremadamente rápido- Me voy ya, que no voy a llegar al vuelo – concluyó besándola levemente en los labios.
La chica escuchó sus pasos alejándose a prisa por el suelo de la habitación y la puerta cerrándose tras él. Suspiró, aun tumbada. –Tiempo, lo único que podría pedir sería tiempo- y tras un nuevo suspiro, se levantó de aquella cama, que ya no parecía tan suave, perfumada y apetecible.